Hombres del Año

Kenya Cuevas comparte su lucha como activista y mujer trans

Los avances en materia de derechos de las mujeres trans en México no serían iguales sin la labor de Kenya Cuevas. Muchos obstáculos y sufrimiento, pero, como ella afirma, su recompensa es que todos seamos felices.
Kenya Cuevas usa jeans con camisa blanca
Kenya Cuevas es una activista mexicana por los derechos de la comunidad LGBTQ+.Bryan Flores

Kenya Cuevas guarda cientos de historias. Su recorrido replica el de la comunidad trans en México: mujeres cuyas oportunidades han sido coartadas y sus derechos negados. Por la situación de violencia que atravesaba en su familia, salió de su casa a los nueve años. Se dedicó desde entonces al trabajo sexual y cayó en abuso de sustancias —buena parte detonado por sus clientes—, lo que la orilló a vivir en la calle. También experimentó de primera mano las redes de trata infantil, los sistemas de albergue, casas hogar y descubrió su identidad acompañada de otras adolescentes y mujeres trans, quienes le ayudaron a encontrarse.

En 1986, durante uno de sus ingresos a un albergue para desintoxicarse y recuperarse, los doctores le platicaron sobre una nueva enfermedad, cuya vía de transmisión era por contacto sexual. Le hicieron pruebas de detección de VIH/SIDA y después de seis meses el resultado regresó positivo. En aquel momento, las personas no revelaban su estatus serológico por miedo y porque aumentaban los prejuicios y la discriminación en un contexto de por sí ignorante y violento hacia las personas de la comunidad LGBTQ+.

Tiempo después llegó otro problema. “Me detuvieron en una redada en Tepito, negociaron con una vendedora de droga y me llevaron a mí al Reclusorio Norte. Ahí me sentenciaron a 24 años de prisión por posesión y distribución de droga, y me enfrenté a la violencia de los compañeros”, recuerda. Luego de una riña, la trasladaron al Penal de Santa Martha Acatitla, en el que tenían un dormitorio especial destinado a personas que vivían con VIH, el dormitorio número 10. “Me llevaron a este lugar en el que daban medicamentos. Mis compañerxs me recomendaron no tomarlos: quienes lo hacían se enfermaban rápido y morían. Seguí su consejo”. Colectivamente iniciaron una denuncia para que se pudiera realizar el seguimiento de sus expedientes clínicos y se hiciera la supervisión médica de la población que vivía con VIH dentro del reclusorio. Kenya descubrió que muchxs pacientes fueron utilizadxs para pruebas médicas de farmacéuticas que los habían terminado matando.

Su sentencia fue rebajada y pudo salir después de 10 años. Todos los talleres de información, prevención y sexualidad que recibió en prisión detonaron un interés por seguirse preparando en esta área y compartir ese conocimiento con mujeres trans. Comenzó a hacer prevención con las trabajadoras sexuales, así como capacitación y atención integral de sus expedientes: “Logramos disminuir el VIH de este grupo en la Ciudad de México”.

“Quisiera decir que antes de ser una mujer trans, antes de formar parte de la comunidad LGBTQ+, soy un ser humano con derechos humanos”.Bryan Flores

Su labor se transformó el 30 de septiembre de 2016, cuando fue testigo, junto con otras compañeras, del transfeminicidio de su mejor amiga, Paola Buenrostro, en manos de un cliente. El registro en video del hecho puede verse en redes sociales. Kenya y sus compañeras detuvieron al asesino y lo entregaron a las autoridades, quienes lo pusieron en libertad pocas horas después. “Me di cuenta de que el sistema nos violentaba, revictimizaba y nos negaba derechos humanos básicos por ser mujeres transgénero y trabajadoras sexuales. Empecé una lucha por la visibilidad de las personas trans y por la justicia de compañeras asesinadas”.

A Paola la velaron dos días antes de mover el féretro a Insurgentes para bloquear el tráfico. Kenya protestaba con sus amigas. Gritaban que aún no enterraban a su amiga y el responsable ya estaba libre. Desde ahí se preparó, aprendió a leer y escribir, estudió nociones clave de derecho y protocolos de las instituciones para reclamar las injusticias que se vivían en estos organismos. “Recibí amenazas de muerte, intimidaciones y tuve dos atentados. También se metieron a mi casa y asesinaron a una amiga que vivía conmigo. Fue entonces que abrí Casa de las Muñecas Tiresias”.

La labor titánica de Kenya

Este lugar inició como un refugio para personas de la diversidad y mujeres trans, además de gente en situación de calle, con adicción a sustancias y migrantes, donde se les brindan servicios de acompañamiento y condiciones de vida justas —como alimentación, vivienda, etc.— para que puedan prepararse, superarse y acceder a espacios dignos.

El proyecto ha crecido y se ha extendido. Actualmente tienen presencia en 11 estados del país, tres albergues, una casa de día y un refugio para perros. El sueño de Kenya Cuevas es que esta red tenga presencia en todas las entidades de la república mexicana. “Si creemos que en la Ciudad de México tenemos problemáticas urgentes que resolver, cuando volteamos a ver a otros estados descubrimos que aún persiste la discriminación y la violencia, incluso, por parte del mismo gobierno hacia las mujeres trans”.

De esta necesidad también creó dos mausoleos —el segundo está por inaugurarse— en memoria de sus hermanas. El primero tiene 146 nichos y busca dar un espacio digno a las mujeres que han sido asesinadas, mujeres trans migrantes y aquellas que han fallecido en condiciones de violencia. Otro aspecto clave de su labor es recuperar de los organismos institucionales y gubernamentales los cuerpos de las víctimas. “Tratamos de cuidar el reconocimiento de la identidad en los trámites legales, a partir de las recomendaciones que iniciamos con la Comisión de Derechos Humanos de la CDMX. En muchos estados aún no se respeta esto, lo que genera desinformación, discriminación y hasta estadísticas erróneas. Nos contabilizan de manera equivocada”.

El avance ha sido significativo pero aún hay un largo camino por recorrer. “Necesitamos más estrategias educativas. La sociedad debe de conocer las definiciones y las siglas de nuestro acrónimo, además de lxs individuos que las conforman; entender cómo nos definimos. Esto ayudaría mucho a dar visibilidad y desaprender conceptos erróneos para así lograr el respeto y la empatía que tanto necesitamos”, argumenta.

Pero está la otra cara de la moneda. Para Kenya, el activismo está en crisis: “Estamos muy divididxs en el mismo colectivo LGBTQ+. Necesitamos una agenda con objetivos claros para todxs. Tenemos la idea de que si eres gay, sólo participas del activismo gay; si eres trans, igual. Hay colectivas lésbicas que no conviven ni comulgan con el colectivo trans. Esa segregación deja el camino fácil para que políticos e instituciones manipulen luchas para intereses propios. Más allá de los objetivos individuales, la creación de una red nacional ayudaría a ser un frente que genere compromisos reales”.

“Soy optimista y tengo mucha esperanza puesta en la gente, quiero creer que estamos avanzando en la dirección correcta”.Bryan Flores

La labor educativa va más allá del público en general, Kenya Cuevas hace un esfuerzo para sensibilizar instituciones públicas, el sector privado y a estudiantes, a través de talleres y capacitaciones en torno a las definiciones de identidad y expresión de género, así como de orientación sexual. La educación en estos temas se ha limitado a una mirada cishetero con enfoque en la reproducción y la anticoncepción, que si bien es necesaria para un sector de la población, es limitada para definir las experiencias de muchas personas. “Se vislumbra un futuro mejor desde la educación. Veo cada vez a más alumnado conformado por personas no binarias, mujeres u hombres trans que tienen acceso a una oportunidad que no tuvieron generaciones anteriores. En parte es por la labor del activismo, la sensibilización y el cambio de discurso”.

“La resistencia está en quienes dirigen la institucionalidad y toman las decisiones en el país. Nuestra agenda es un tema político. No les interesan las problemáticas que nos ocupan, sino ver quién gana el curul para seguir en el poder. Han perdido credibilidad y si observan la posibilidad de ganar una audiencia a través del odio, harán uso de este mensaje para afianzar su puesto”, señala Kenya. Esto se percibe en discursos abiertamente antiderechos que debaten públicamente conceptos que no están a discusión. “Quisiera decir que antes de ser una mujer trans, antes de formar parte de la comunidad LGBTQ+, soy un ser humano con derechos humanos y entre ellos tengo derecho a una identidad. Ahí es donde a través de la legislación se busca el reconocimiento jurídico que me corresponde. Una persona puede autorreconocerse legalmente desde su identidad de género”.

Sobre la representación mediática de las mujeres trans, comenta: “Hemos logrado ganar varias batallas y el reconocimiento en distintos ámbitos. Hemos hecho una revolución sociocultural y hoy somos más visibles. Pero, no podemos olvidar que estamos peleando espacios incluyentes y que la forma en que decimos las cosas puede ampliar los discursos de odio de personas ignorantes. Tenemos influencia y responsabilidad cuando estamos en el ojo de los medios. Por mis hermanas que ya no están, porque ocupamos el segundo lugar en transfeminicidios en el mundo y porque nuestra expectativa de vida va de los 35 a los 40 años, busco crear conciencia acerca de esto en la audiencia”.

Existe una deuda histórica con las personas trans. No sólo han estado excluidas de las esferas públicas, sino que se han representado desde la exageración, desde la comedia. “Hace unos años, ni siquiera se usaban los términos correctos para referirse a nosotras. Cuando asesinaron a Paola, los titulares de los periódicos la malgenerizaban, incitaban al morbo. Ahora, trabajo con algunos de esos medios y han cambiado. Han aprendido la manera en que se deben de referir a nosotras y dejar de explotar nuestras historias por el amarillismo. Siete años después estamos en agenda. Soy optimista y tengo mucha esperanza puesta en la gente, quiero creer que estamos avanzando en la dirección correcta”.

Confiesa que ha tenido poco tiempo para procesar lo que el reconocimiento de GQ México y Latinoamérica significa para ella. Admite que, aunque su labor no se enfoca en los galardones, “se siente muy bonito”. Y agrega: “También sé que cada uno de estos reconocimientos aumenta mi compromiso. Tengo una responsabilidad por seguir trabajando, seguir recorriendo el país y apoyando desde mis posibilidades a otras mujeres como yo”. Como ella misma ha asegurado: “mi mayor venganza será que todos seamos felices”.